El Centro Cultural Recoleta es conocido históricamente como la sede de lo nuevo. Desde su inauguración como centro cultural en 1980, sus salas se convirtieron en el lugar para que los artistas pudieran reflejar libremente inquietudes y búsquedas alejadas de una mirada conservadora. En una época dónde había pocos espacios institucionales para expresarse, el Recoleta alojó las nuevas disciplinas, al diseño y a la moda -entendida como actividad artística-, y a todas las tendencias emergentes que en estas salas se convertían en muestra y objeto de reflexión.
 
Con una impronta arquitectónica que tuvo distintas etapas y el sello original de Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit, el Recoleta fue uno de los principales centros que albergó en los 80’ el clima de época que se había forjado en los últimos años de la dictadura militar, durante los cuales los artistas jóvenes se unieron en espacios clandestinos y construyeron una cultura underground y transgresora en sótanos, locales nocturnos y discotecas. En los primeros años de democracia y bajo la dirección del arquitecto Osvaldo Giesso, el Recoleta fue uno de los primeros circuitos oficiales en incluir en sus salas estas expresiones artísticas que habían nacido en los márgenes. El concepto de “joven”, que había sido asociado a lo peligroso durante la dictadura militar, fue en el Recoleta una reivindicación fundamental que se logró al darle más visibilidad a las nuevas generaciones.
 
Durante los 80’, con la idea de seguir el modelo del Centro Pompidou de París y el espíritu del Instituto Di Tella de los 60’, el Recoleta reflejó a través del arte la apertura democrática que transitaba el país. Se reunieron voces diversas y lenguajes artísticos distintos: música, teatro, artes plásticas, performance y propuestas artísticas alternativas. Además, fue sede del cruce de lenguajes: lo académico con lo callejero, lo consagrado con las nuevas tendencias, lo lúdico con lo educativo.  En poco tiempo, su idea de pluralismo y diversidad repercutió en la ciudad y su público se multiplicó de manera exponencial.
 
Artistas de varias generaciones fueron influidos por el Recoleta y, muchas veces, sus carreras fueron impulsadas por la exposición que les daba el centro cultural. Así fue el caso de Liliana Maresca, quien encontró en este centro un espacio receptivo para sus acciones, instalaciones y performances. También tuvieron su espacio de exploración y crecimiento, artistas como Ana Gallardo, Res, Marcos López, Duilio Pierri, Guillermo Kuitca, Juan Lecuona, Miguel Harte, Cristina Schiavi, Gustavo Marrone, Alejandro Kuropatwa y Luis “Búlgaro” Freisztav.
 
Entre los momentos fundantes del arte argentino, en esta sede se presentó Gota de agua hidroespacial y Arco de triunfo del fundamental Gyula Kosice, obras de Rómulo Macció y la escultura El pibe Bazooka de Pablo Suárez, que reveló el submundo porno-gay de fines de los 80’. Se exhibió Naturaleza de la naturaleza, de Luis Felipe Noé, trabajos de León Ferrari, Matilde Marín, Alfredo Prior, Inés Tapia Vera, Federico Klemm, Marta Minujín, Juan Doffo, Hermenegildo Sábat, Elba Bairon, Jorge Demirjián, Tulio De Sagastizábal y Diana Aizenberg, entre muchos otros.
 
En 1989 se hizo la primera Bienal de Arte Joven, que incluyó la construcción de un puente hecho con andamios que iba del Palais de Glace al Recoleta. Afuera, sobre un escenario, se exhibieron obras de arte mientras Batato Barea y Alejandro Urdapilleta interpretaban La fabricante de torta, una obra sobre la represión, la homofobia y la culpa religiosa.
 
En 1988, el Recoleta exhibió la muestra multidisciplinaria Mitominas I, coordinada por Monique Altschul, en la que se canalizaban los discursos de reivindicación de las mujeres. Esta muestra fue una experiencia fundante para la introducción del problema de género en Buenos Aires. El centro estaba siendo pionero en discusiones hoy muy instaladas en la sociedad pero que en aquella época no estaban en el foco de la agenda social. También fue el espacio para que las Abuelas de Plaza de Mayo pudieran hacer visible la búsqueda de sus nietos. En 1998, se inauguró la muestra Identidad, una instalación hecha por artistas como Carlos Alonso, Nora Aslán, Mireya Baglietto, Remo Bianchedi, Diana Dowek, León Ferrari, Adolfo Nigro, Luis Felipe Noé y Marcia Schvartz, en la que se desplegaba un gran friso hecho de espejos y 173 fotos de personas desaparecidas durante la última dictadura. 
 
Como centro cultural, el Recoleta se caracterizó, en sus distintas etapas, por dialogar siempre con su entorno y representar en su programación artística un clima de época, con muestras, recitales y obras escénicas que hacían referencia al contexto político y social de la Argentina y el mundo.  
 
Si en los 80’ fue la sede del arte que estaba fuera del mercado y el espacio que albergó a los artistas contraculturales y visionarios que hasta ese entonces trabajaban en los márgenes, en los 90’ fue la época de la internacionalización. El Recoleta se convirtió en el epicentro del circuito comercial del arte gracias a la llegada de grandes artistas internacionales, y a que fue sede de las ediciones de arteBA entre 1991 y 1997.
 
En 1997, David Bowie se presentó  en vivo en la mítica capilla del Recoleta y cantó "Allways Crashing The Same Car", "Can´t Read" y "The Superman" acompañado por una guitarra de doce cuerdas en un breve concierto acústico que funcionó como side show antes de su presentación en el estadio de Ferro.
 
En 1998, llegó Yoko Ono con su muestra En Trance, en la que cien ataúdes se ubicaban en un enorme galpón y del interior de cada uno de ellos crecía un árbol. Durante la muestra, Charly García y Gustavo Cerati vinieron a saludar a Yoko en un encuentro inolvidable para el archivo del centro cultural. Ese mismo año, Cerati dio un show histórico en la terraza del Recoleta en el cual presentó “Plan V”, un proyecto solista y electrónico en un momento de transición entre la ruptura de Soda Stereo y el ingreso definitivo a su carrera solista.
 
En los 2000, el francés François-Marie Banier inauguró la década con una muestra de retratos fotográficos de personajes públicos y anónimos conocida mundialmente. También se presentó La Vanguardia Rusa, una muestra excepcional de 30 artistas rusos de las primeras décadas del siglo XX. Fue la época de las grandes instalaciones del Grupo Mondongo y la consolidación de las performances de Fuerza Bruta en la sala Villa Villa del Recoleta.
 
Antes de ser un espacio para los artistas, el Recoleta era, durante el siglo XVIII, el convento de los franciscanos. Luego, con la Revolución de Mayo, fue su academia de dibujo. En 1822 el predio devino escuela de agricultura, jardín botánico, prisión y cuartel. En 1834, después de la rebelión de Juan Lavalle, fue el primer Hospital de Clínicas y un asilo para enfermos mentales. Más tarde, Valentín Alsina inauguró allí el Asilo de Mendigos (llamado también “Asilo de los Inválidos”) y luego pasó a ser un asilo de ancianos, en 1944. El Recoleta cambió de destino para siempre en los 80’ cuando se convirtió en el epicentro del arte joven, ecléctico y de vanguardia. Su historia define su presente.